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Performatividad del amor

  • Writer: Silencio Gutural
    Silencio Gutural
  • Jun 22
  • 4 min read

El amor romántico es concebido como una experiencia deseable, íntima y trascendente. Sin embargo, las formas en que se expresa y valida ese amor responden a estructuras culturales precisas que operan mediante actos repetidos con carga simbólica. Desde la perspectiva de la performatividad, planteada por Judith Butler, estos actos no reflejan necesariamente una emoción interna, sino que constituyen el amor como fenómeno observable y socialmente legible. Este texto se centra en el carácter ritualizado del amor romántico e introduce un escenario hipotético en el que un individuo pleno en su vida en soledad se enfrenta críticamente a esos rituales, evidenciando la tensión entre la construcción social del amor y las experiencias personales no alineadas con dicho modelo.

En contextos contemporáneos, el amor romántico se expresa mediante una serie de rituales socialmente normativos: declaraciones afectivas verbales, intercambio de obsequios, celebraciones de fechas específicas, visibilidad pública de la relación y demostraciones codificadas de apego como los celos o la promesa de exclusividad. Estas prácticas no son neutras ni opcionales: son esperadas y su cumplimiento refuerza el estatus del vínculo como auténtico. Desde una perspectiva performativa, estas repeticiones no solo comunican un estado emocional, sino que lo producen, lo institucionalizan y lo regulan. Las personas repiten estos actos no solo para expresar amor, sino para ser reconocidas como sujetos que aman adecuadamente.

Imaginemos a un individuo que ha alcanzado un estado de plenitud subjetiva sin pareja. Este sujeto no experimenta carencia afectiva ni aislamiento, y sostiene redes significativas de amistad, autonomía emocional y autorrealización. En otras palabras, no siente necesidad de una relación romántica para completar su identidad ni su bienestar. Sin embargo, este individuo no se encuentra fuera del sistema cultural. Constantemente está expuesto a estímulos simbólicos que refuerzan el valor del amor romántico ritualizado: campañas publicitarias, celebraciones sociales, conversaciones cotidianas, algoritmos digitales que promueven contenido sobre relaciones y pareja. En todos estos escenarios, la figura del individuo soltero aparece asociada a la falta, a la espera, o a una etapa transitoria hacia una forma de vida más completa.

Este sujeto, al no participar en los rituales afectivos establecidos, observa cómo estas prácticas estructuran las relaciones amorosas dentro de una lógica previsible. Al mirar desde afuera, puede identificar cómo ciertas acciones se repiten no por necesidad emocional, sino por hábito, protocolo o confirmación social. Esta distancia no implica rechazo, sino análisis. No hay que entender su posición como marginal ni deficitaria; más bien, como una forma diferente de vinculación con lo afectivo, menos dependiente de los símbolos estandarizados y más conectada con formas directas de intimidad y autonomía.

Este mismo sujeto puede, al mismo tiempo, encontrarse en pareja. Puede compartir su vida con otra persona, convivir, participar de las rutinas afectivas establecidas. Pero incluso en ese contexto, no pierde su capacidad de observación crítica. Reconoce que el vínculo puede sostenerse en formas ritualizadas sin que eso anule el valor de la relación. Aun cumpliendo con ciertas prácticas codificadas —como los aniversarios, los gestos públicos o las palabras que validan el lazo—, mantiene una conciencia activa sobre el riesgo de que el ritual sustituya la experiencia real.

La diferencia radica en que este individuo no toma los rituales como fines en sí mismos. No espera que lo simbólico reemplace la construcción cotidiana del afecto. Su relación no es una prolongación de sí mismo ni una herramienta de autorreferencia. Hay una disposición a estar con otro sin dejar de ver los límites del lenguaje amoroso establecido. En lugar de habitar el amor como guion, lo explora como proceso abierto, en el que los gestos pueden ser revisados, y en el que el ritual puede ser ocasional, sin convertirse en requisito.

En ambos casos —la soledad o la compañía—, el análisis no parte de una negación del amor, sino de la observación de cómo el modelo dominante puede vaciar de contenido las experiencias afectivas cuando se vuelve automático. La crítica no se dirige al acto de amar, sino a su conversión en sistema repetitivo que busca validación constante mediante signos externos.

Frente a esta ritualística, es posible pensar una plenitud amorosa que no se base en su cumplimiento. El amor no requiere necesariamente de una forma establecida para existir ni para ser significativo. Cuando el sujeto deja de actuar según el deber cultural y comienza a construir su vínculo a partir de su experiencia directa, el ritual pierde su función normativa y se vuelve opcional. En esa condición, el amor deja de ser una performance obligatoria y se convierte en una práctica consciente. La plenitud no radica en evitar el ritual, sino en no depender de él.

En conclusión, la ritualística del amor romántico, cuando se convierte en una estructura obligatoria, limita la posibilidad de experiencias afectivas auténticas al encerrar el vínculo en formas predeterminadas. No se trata de rechazar los gestos simbólicos, sino de reconocer que su repetición solo tiene sentido si surge de una necesidad compartida y no de una expectativa social. La plenitud en el amor no se alcanza por medio del cumplimiento de estos actos, sino por la capacidad de los individuos para construir relaciones que respondan a su propia lógica emocional. En este sentido, cuestionar el ritual no implica vaciar el amor, sino abrirlo a nuevas formas de ser vivido. La crítica a la performatividad dominante es, en última instancia, una defensa de la libertad afectiva.



Referencias:


Butler, J. (1993). Bodies That Matter: On the Discursive Limits of "Sex". Routledge.

Illouz, E. (2012). Why Love Hurts: A Sociological Explanation. Polity Press.

 
 
 

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